En el relato de mi vida he saltado de un capítulo colorido a otro, moviéndome entre lugares. Abrí los ojos por primera vez en Zamora, España, un mes antes de la llegada del hombre a la Luna. Pasé mi infancia en Toro, un pequeño pueblo que parecía sacado de un cuento, con calles empedradas ideales para saltar y escondites secretos perfectos para tramar aventuras. Después llegaron las calles más grandes y bulliciosas de Oviedo, donde me sentía perdido, echando de menos las estrellas ocultas tras las luces de la ciudad.

En 1987 puse rumbo a Inglaterra, atraído por la promesa de nuevas experiencias. Londres y Cambridge se convirtieron en mis patios de recreo (aunque los de la edad adulta no son tan divertidos como los de la niñez), mientras perseguía mis sueños musicales en Goldsmith’s College y en la Anglia Ruskin University, y en el camino obtuve una licenciatura en Música.

En 2010, los vientos del cambio me llevaron al otro lado del planeta, a Nueva Zelanda. En un principio me instalé en la ciudad de Christchurch, pero el destino intervino con un gran terremoto (y muchos más después), sacudiendo nuestras vidas y marcando una nueva dirección. Tras capear la tormenta, encontré consuelo en la serena belleza de la zona de Nelson, donde el mar conquistó mi corazón.

Mi viaje me ha traído de nuevo a otro pueblo tranquilo, Tapawera, donde las estrellas parecen brillar un poco más, iluminando suavemente el camino hacia este nuevo capítulo.

Desde 2002 he estado derramando colores y sueños en Sugarcube Studios, un acogedor refugio creativo que comparto con mi compañero de aventuras, Danny.

A través de mi arte, me gusta esparcir un poco de asombro, animando a la gente a frenar y conectar con la naturaleza. En el camino, he organizado exposiciones y recaudaciones de fondos para apoyar la conservación de la vida salvaje, con la esperanza de que la creatividad pueda unirse al propósito y dejar una pequeña huella.