Viajero en noviembre:
Noviembre se ha convertido en una presencia constante en Rumanía. Es gris y frío, se filtra en los huesos y en el alma, nubla la vista y el pensamiento, te envuelve y silenciosamente te arrebata. La densa niebla, la llovizna y la nieve son generosas, tienen el poder de cubrir la fealdad de la ciudad, de suavizar el ruido de fondo y de permitir al observador descubrir una silueta encorvada apoyada en un bastón, una mirada, un gesto, una sonrisa, un destello de color de un paraguas solitario o el brillo fugaz de una luz.

Observo durante largos momentos, espero aún más, luego me acerco e intento ver, con el alma, las gotas de agua, líquidas o heladas. El ser humano permanece constante en su insignificancia, en su transitoriedad; todo parece viejo y familiar.

Y sin embargo, este día, por inquieto y ruidoso que sea, debe ser preservado. Solo la fotografía puede capturar, en una fracción de segundo, una vida humana o una atmósfera que no volverá a repetirse. Una fotografía debe permanecer como testimonio del presente y, por ello, siempre debe llevar el valor de un documento.